La BARRACA de COLÓN

LA CRÍTICA DICE…

Artículos de Manuel Sesma S., Alfonso Arribas, Alfonso Mendiguchía, Fernando Herrero, Julia Amezúa y Carlos Toquero

 

Los irreverentes faranduleros

Manuel Sesma S. EL ADELANTADO DE SEGOVIA

La gente de la farándula, casi por definición, ha de ser irrespetuosa con todo lo establecido de forma oficial. Su leyenda de vida licenciosa, avivada malévolamente por el poder, se basa en el uso de la libertad con el sentido más amplio. Es la libertad social de costumbres, es la libertad de no sometimiento a los sistemas económicos al uso, es la libertad de la libertad, es la libertad de pensamiento. Los poderes establecidos, encarnados por los políticos de turno, no soportan que alguien tenga ideas propias y que, además, sea capaz de desarrollarlas. Los faranduleros son una tribu hecha de una materia especial dispuesta a poner en solfa, a criticar y modificar la realidad más sagrada. Ahí le duele a la casta que quiere manejar. Pero siempre nos quedará la farándula para entender la realidad que nos rodea.

Y es que, en este montaje que se ha podido presenciar el sábado pasado en el Teatro Juan Bravo se plantea un viaje por el mundo de la farándula en sentido amplio. Es ese mundo grosero, licencioso, grotesco, pletórico de desinhibición y enormemente divertido en el que cada personaje se ríe de sí mismo y en el conjunto se mofan de todos los mitos sociales, políticos y religiosos.

En La barraca de Colón, una trouppe de faranduleros se dispone a contar la historia del héroe descubridor de "nuevas tierras". Pero no es la historia oficial que todos conocemos a través de maestros, políticos y medios serviles, sino la historia irreverente -imaginada o real- de todo el montaje económico, político, religioso, cultural y social que rodeó a la aventura náutica del gran desconocido que sigue siendo Colón. Esta trouppe cuenta, reinterpreta la Historia desde el punto de vista de la gente mortal, no desde la perspectiva de los estamentos del poder.

Los conocimientos navales de Colón, su irregular y enigmática vida anterior a la aventura, las propuestas a la Corte castellana, los intereses y las ambiciones de todos los negociadores, las perversiones de los poderosos, las penalidades del viaje, la decepción económica, el olvido mediático del héroe, la miseria del perdedor; la pieza describe los avatares de una aventura que alcanza al momento actual con la "necesidad de papeles".

Teatro Corsario ha montado un espectáculo crítico con la historia oficial, como le corresponde al mundo de los artistas porque evita la historia manipulada. Pero, además de irrespetuoso, es un espectáculo ingenioso y divertido en el que cada personaje es un poema y cada escena una gran broma.

El espectáculo está lleno de colorido y de comicidad, de música y de intencionalidad, de frescura y de sinceridad. La grotesca representación sugiere sin mostrar, divierte sin herir y, lo más importante, invita a pensar.

Desde el punto de vista técnico, Fernando Urdiales, creador y director del espectáculo, ha realizado un montaje complejo y rico de imágenes. Las marionetas -que esta compañía utiliza con soltura- se funden con los disfraces y con los personajes de un circo insólito. Los payasos "brecktianos" Vladimiro y Estragón, las coristas, el prestidigitador, el encantador de animales, los domadores con diversas personalidades de Colón, el jefe de pista, los músicos, Urdiales ha recreado toda una fauna de personajes extravagantes y significativos que aportan al espectáculo la esencia del teatro. Lo ridículo e histriónico, lo divertido y la intencionalidad se fusionan para hacer un espectáculo completo en el que la compañía canta, baila e interpreta con verdadero sentido artístico y creativo. Es un espectáculo absolutamente completo desde el punto de vista artístico y casi perfecto en su ejecución.

El trabajo de Corsario con La barraca de Colón no sólo es espléndido sino digno de los mejores escenarios del mundo. Es un espectáculo que se puede ver más de una vez e imprescindible para este año de celebraciones de Colón.

 

La comparsa del Nuevo Mundo

Alfonso Arribas. EL NORTE DE CASTILLA

EL pobre Colón de Teatro Corsario lamenta pasar a la posteridad por una anécdota tan ridiculizada como la de su huevo, con perdón. Es quizá esta reflexión que el personaje recreado por Fernando Urdiales hace en su lecho de muerte el camino más corto para definir al descubridor derrotado que nos presenta la obra, al ambicioso defraudado, al almirante discutido y al hombre agotado.

Lejos de las conmemoraciones oficiales y de la biografía consecuente, la vida del conquistador se deconstruye aquí como las recetas de la nueva cocina para restar rigidez a la imagen histórica. Al fin y al cabo, Colón es un personaje todavía hoy rodeado de misterio porque no existe consenso ni sobre el lugar de su cuna ni sobre el de su tumba. Se topó con el Nuevo Mundo sin alcanzar a comprender la hazaña y un advenedizo llamado Americo Vespucio le terminó por robar el pedacito de posteridad que para él estaba reservado.

Para soltar lastre, Corsario pone en escena un relato biográfico a caballo entre lo circense y lo onírico, pues entre ambos polos se desarrolla el montaje. La barraca del título alude a un pequeño circo de feria donde payasos, equilibristas, magos y titiriteros festejan el descubrimiento de manera disparatada, alegre y esperpéntica. Explota el ambiente carnavalero en una puesta en escena con estructura de musical revistero.

Semejante cortejo acompaña a ritmo de charanga todo el relato del descubrimiento y muestra a su protagonista, al gran Colón, las miserias de su aventura y las groserías que la rodean. Los Reyes Católicos no montan tanto como en la leyenda, al menos Fernando, representado aquí por un maniquí, y a Isabel sólo le interesa el oro prometido. Los marineros señalados para la odisea resultan ser unos pobres hombres de la mar hambrientos y sin ensoñaciones. Y las Indias en su primera inspección son más ricas en especias e infieles que en piedras y metales preciosos.

La constatación del fracaso da pie a la parte surrealista que también utiliza el montaje; aquí Colón se asemeja a Alonso Quijano, éste llevado a la locura por las novelas de caballería y aquél por los mapas del mundo esférico. Es otro antihéroe que no consigue torcer el balance de su trayectoria, glorioso para los grandes libros pero escueto y hasta penoso para sus propietarios.

Fernando Urdiales firma un espectáculo irreverente, muy trabajado y confiado felizmente a un reparto coral que está muy por encima de lo correcto: se muestran como magníficos actores de comedia grotesca pero también como solventes artistas de circo, mañosos marionetistas, ventrílocuos picantosos, cantantes de murgas y finos percusionistas. El afán iconoclasta del autor no pasa la raya y se queda en el estadio requerido; era fácil que se fuera la mano entre tanto jolgorio.

El público atrapa el retrato alternativo que circula por el escenario al tiempo que ríe y participa del pasatiempo. Contar con el favor de los espectadores debería ser un mérito a tener en cuenta, y no al revés, como parece en ocasiones.

 

Colón-vino

Alfonso Mendiguchía. LA GACETA

Salamanca. 16 de octubre de 2005. Teatro Liceo. Estreno en el marco de la Cumbre Iberoamericana.

  Fidel no, pero Colón sí. Así son las cosas. Será una cuestión de huevos, y ahí, evidentemente, gana Colón, que para algo tiene el más famoso. Da igual, la cosa es que el Teatro Corsario nos descubre un Colón burlesco, más cercano a la Colombina de la Comedia del Arte que a lo que la historia nos ha vendido como colombino. Un pelele con pantalones grotescos y máscara de barracón que se presenta bajo la carpa de un circo empeñado en desacralizar la historia y hurgar en los intestinos del supuesto héroe. Con guiños formales al Music-hall, a Meyerhold, Brecht, o al absurdo de Beckett, los corsarios pergeñan su plan para desvelar la gran mentira –otra más– que el poder nos ha revelado. Lo hacen con el tino y la ironía de las verdades enteras dichas por un pabellón de seres marginales y defectuosos. Los ripios rimados que parecen salidos del ingenio de Gloria Fuertes van conduciendo el ritmo de un montaje extremadamente cuidado tanto estética como éticamente, convirtiéndose en una fiesta escénica en la que Urdiales propone un atrevido paseo por las entrañas del antihéroe humanizado.  

 

Una fiesta circense

Fernando Herrero. EL NORTE DE CASTILLA

  Fernando Urdiales, en un trabajo digno de admiración, como autor y director evita la hagiografía y elige una línea estética de lo grotesco, del esperpento, del juego meyerholdiano de la Feria. El texto, representación dentro de la representación, va punteando los diversos avatares del Almirante, sus conflictos con la monarquía, con los marineros, con su propia contrafigura (el éxito y el fracaso). Ripios, paradas circenses, crucifixión... Vida y muerte de Colón con alusiones a la actualidad, los emigrantes americanos por ejemplo. Resulta ágil y variado y nos hace ver algo del Colón externo aunque el interno siga siendo un misterio.

  Con un derroche de energía, los 14 componentes del Teatro Corsario -Quico, Javier, Ruth, Jesús, Teresa, Rosa -. Son actores, músicos, cantantes, bailarines. Una estética voluntariosamente feísta, apropiada a la opción elegida, acumula efectos, muñecos, Humpty Dumpty, bolas del mundo, esqueleto del propio Colón que se subasta al final al público, patinetes, cochecitos.

  No hay momento de descanso en la alternancia de escenas íntimas y corales. Un esfuerzo digno del mayor elogio y la sensación de un espectáculo que funciona de forma inmediata. La inspirada música de Juan Carlos Martín es fundamental a estos efectos. Teatro Calderón abarrotado y éxito total para los miembros de Teatro Corsario y su director.

 

Barraca festiva

Julia Amezúa. ABC

  Está a punto de acabar el que ha sido el gran año de Miguel de Cervantes con una interminable colección de homenajes. Pues bien, con el 2006 se abre un nuevo aniversario, el del quinto centenario de la muerte de Colón en Valladolid. En la línea que sigue la política teatral de nuestra comunidad, llega una nueva creación escénica. Teatro Corsario ha montado, en una estética feísta, una grotesca barraca de feria integrada por artistas circenses: malabaristas, domadores, magos, payasos, equilibristas, cantantes, ventrílocuos, criaturas deformes, toda una familia que va a contarnos su versión de la historia de Colón.

  No hay aquí paños calientes para el descubridor; su ambición sin escrúpulos y otras anécdotas de su vida personal quedan al descubierto. Tampoco salen bien parados otros personajes como Isabel la Católica que aparece haciendo equilibrio en una gran bola y espoleando a Colón para que le traiga más oro. Aun así, la fuerza del navegante que consigue llevar a término su proyecto ansiado y que se impone a los obstáculos, nos sigue cautivando, mucho más por el humor con que es tratado. También nos conmueve su debilidad, encarnada por Colón viejo, arruinado y enfermo, que protagoniza algunas de las imágenes más poderosas y plásticas del espectáculo. El humor y la ironía envuelven la crítica a los poderosos que manejan los hilos en la sombra para lucrarse y que no acaban de resolver problemas como el de los inmigrantes sin papeles que llaman hoy a nuestras puertas.

  El montaje funciona muy bien desde el principio, con un ritmo dinámico que no decae en ningún momento, marcado por sonoros ripios, por la música que junto con las canciones juega un papel primordial y por la entrega de los actores, que responden con garra. Recuperando el espíritu de la comedia dell’arte, en este espectáculo los actores bailan y cantan, hacen el payaso, practican números de magia, manipulan títeres, son ventrílocuos y equilibristas. En definitiva, despliegan un abanico de capacidades que junto a la abundancia y colorido de los elementos de utilería, hace brillar el espectáculo. El público disfrutó y aplaudió entusiasmado en varias ocasiones durante la representación.

 

El espíritu del Teatro Independiente

Carlos Toquero. EL MUNDO

  La escena clave, fundamental, de La barraca de Colón es la de los sin papeles, pues en el contexto actual, ningún evento, reunión, conmemoración que haga referencia o celebre el descubrimiento de América y de sus protagonistas, puede eludir tan triste realidad. Ahora mismo hay en Latinoamérica un fuerte movimiento que pretende pedir a los países ricos, muchos de los cuales, incluido el nuevo imperio Yanqui, fueron sus conquistadores, la supresión de su gran deuda debido a las riquezas arrancadas de sus tierras durante siglos, al expolio. 

  Pero el gran acierto de Teatro Corsario ha sido recuperar el espíritu inquieto y provocativo del Teatro Independiente que, en los años setenta dieron espectáculos, como Castañuela 70, que hicieron muchas representaciones aquí y en los lugares donde se encontraban nuestros emigrantes, porque no hay que olvidar que ni en los peores momentos de nuestra joven democracia consiguió superar la cifra de parados a la altísima tasa de emigrantes que provocó la dictadura franquista. 

  Ese espíritu, como el de Fernando Urdiales y el equipo de Corsario, bebe de la fuente del cabaret alemán de los años treinta, más concretamente de Karl Valentín, admirado por Bertolt Brecht. En ese espíritu, que supone una potente inyección para el aburrido y adormilado teatro español actual, se fusiona magistralmente lo grotesco y la tragedia, además de huir del conformismo, dando como resultado un magnífico trabajo que hizo participar y entusiasmó como nunca al  público. 

  La barraca de Colón, de Fernando Urdiales, quizá sea la mejor puesta en escena, la más comprometida, hasta ahora, de Teatro Corsario en toda su larga carrera. Entre los muchos logros conseguidos en este trabajo coral, mencionaré uno con un claro ejemplo. A Marlon Brando le bastaron unos minutos para convertirse en el protagonista de Apocalypse Now, poniendo de manifiesto, como hicieron los actores y actrices de Teatro Corsario, que en el arte no hay nada mínimo, pequeño, secundario, que todo debe encararse como si fuera la tarea más difícil y grandiosa del mundo. 

 

La barraca de Colón