Los irreverentes faranduleros
Manuel Sesma S. EL
ADELANTADO DE SEGOVIA
La
gente de la farándula, casi por definición,
ha de ser irrespetuosa con todo lo establecido de forma
oficial. Su leyenda de vida licenciosa, avivada
malévolamente por el poder, se basa en el uso de la
libertad con el sentido más amplio. Es la libertad
social de costumbres, es la libertad de no sometimiento a
los sistemas económicos al uso, es la libertad de
la libertad, es la libertad de pensamiento. Los poderes
establecidos, encarnados por los políticos de
turno, no soportan que alguien tenga ideas propias y que,
además, sea capaz de desarrollarlas. Los
faranduleros son una tribu hecha de una materia especial
dispuesta a poner en solfa, a criticar y modificar la
realidad más sagrada. Ahí le duele a la
casta que quiere manejar. Pero siempre nos quedará
la farándula para entender la realidad que nos
rodea.
Y es que, en este montaje que se ha
podido presenciar el sábado pasado en el Teatro
Juan Bravo se plantea un viaje por el mundo de la
farándula en sentido amplio. Es ese mundo grosero,
licencioso, grotesco, pletórico de
desinhibición y enormemente divertido en el que
cada personaje se ríe de sí mismo y en el
conjunto se mofan de todos los mitos sociales,
políticos y religiosos.
En La barraca de Colón, una
trouppe de faranduleros se dispone a contar la historia
del héroe descubridor de "nuevas tierras". Pero no
es la historia oficial que todos conocemos a través
de maestros, políticos y medios serviles, sino la
historia irreverente -imaginada o real- de todo el montaje
económico, político, religioso, cultural y
social que rodeó a la aventura náutica del
gran desconocido que sigue siendo Colón. Esta
trouppe cuenta, reinterpreta la Historia desde el punto de
vista de la gente mortal, no desde la perspectiva de los
estamentos del poder.
Los conocimientos navales de
Colón, su irregular y enigmática vida
anterior a la aventura, las propuestas a la Corte
castellana, los intereses y las ambiciones de todos los
negociadores, las perversiones de los poderosos, las
penalidades del viaje, la decepción
económica, el olvido mediático del
héroe, la miseria del perdedor; la pieza describe
los avatares de una aventura que alcanza al momento actual
con la "necesidad de papeles".
Teatro Corsario ha montado un
espectáculo crítico con la historia oficial,
como le corresponde al mundo de los artistas porque evita
la historia manipulada. Pero, además de
irrespetuoso, es un espectáculo ingenioso y
divertido en el que cada personaje es un poema y cada
escena una gran broma.
El espectáculo está
lleno de colorido y de comicidad, de música y de
intencionalidad, de frescura y de sinceridad. La grotesca
representación sugiere sin mostrar, divierte sin
herir y, lo más importante, invita a pensar.
Desde el punto de vista
técnico, Fernando Urdiales, creador y director del
espectáculo, ha realizado un montaje complejo y
rico de imágenes. Las marionetas -que esta
compañía utiliza con soltura- se funden con
los disfraces y con los personajes de un circo
insólito. Los payasos "brecktianos" Vladimiro y
Estragón, las coristas, el prestidigitador, el
encantador de animales, los domadores con diversas
personalidades de Colón, el jefe de pista, los
músicos, Urdiales ha recreado toda una fauna de
personajes extravagantes y significativos que aportan al
espectáculo la esencia del teatro. Lo
ridículo e histriónico, lo divertido y la
intencionalidad se fusionan para hacer un
espectáculo completo en el que la
compañía canta, baila e interpreta con
verdadero sentido artístico y creativo. Es un
espectáculo absolutamente completo desde el punto
de vista artístico y casi perfecto en su
ejecución.
El trabajo de Corsario con La
barraca de Colón no sólo es
espléndido sino digno de los mejores escenarios
del mundo. Es un espectáculo que se puede ver
más de una vez e imprescindible para este
año de celebraciones de Colón.
La
comparsa del Nuevo Mundo
Alfonso
Arribas. EL NORTE DE CASTILLA
EL
pobre Colón de Teatro Corsario lamenta pasar a la
posteridad por una anécdota tan ridiculizada como la
de su huevo, con perdón. Es quizá esta
reflexión que el personaje recreado por Fernando
Urdiales hace en su lecho de muerte el camino más
corto para definir al descubridor derrotado que nos presenta
la obra, al ambicioso defraudado, al almirante discutido y
al hombre agotado.
Lejos de las conmemoraciones oficiales y de la
biografía consecuente, la vida del conquistador se
deconstruye aquí como las recetas de la nueva cocina
para restar rigidez a la imagen histórica. Al fin y
al cabo, Colón es un personaje todavía hoy
rodeado de misterio porque no existe consenso ni sobre el
lugar de su cuna ni sobre el de su tumba. Se topó con
el Nuevo Mundo sin alcanzar a comprender la hazaña y
un advenedizo llamado Americo Vespucio le terminó por
robar el pedacito de posteridad que para él estaba
reservado.
Para soltar lastre, Corsario pone en escena un relato
biográfico a caballo entre lo circense y lo
onírico, pues entre ambos polos se desarrolla el
montaje. La barraca del título alude a un
pequeño circo de feria donde payasos, equilibristas,
magos y titiriteros festejan el descubrimiento de manera
disparatada, alegre y esperpéntica. Explota el
ambiente carnavalero en una puesta en escena con estructura
de musical revistero.
Semejante cortejo acompaña a ritmo de charanga todo
el relato del descubrimiento y muestra a su protagonista, al
gran Colón, las miserias de su aventura y las
groserías que
la rodean. Los Reyes Católicos no
montan tanto como en la leyenda, al menos Fernando,
representado aquí por un maniquí, y a Isabel
sólo le interesa el oro prometido. Los marineros
señalados para la odisea resultan ser unos pobres
hombres de la mar hambrientos y sin ensoñaciones. Y
las Indias en su primera inspección son más
ricas en especias e infieles que en piedras y metales
preciosos.
La constatación del fracaso da pie a la parte
surrealista que también utiliza el montaje;
aquí Colón se asemeja a Alonso Quijano,
éste llevado a la locura por las novelas de
caballería y aquél por los mapas del mundo
esférico. Es otro antihéroe que no consigue
torcer el balance de su trayectoria, glorioso para los
grandes libros pero escueto y hasta penoso para sus
propietarios.
Fernando Urdiales firma un espectáculo irreverente,
muy trabajado y confiado felizmente a un reparto coral que
está muy por encima de lo correcto: se muestran como
magníficos actores de comedia grotesca pero
también como solventes artistas de circo,
mañosos marionetistas, ventrílocuos
picantosos, cantantes de murgas y finos percusionistas. El
afán iconoclasta del autor no pasa la raya y se queda
en el estadio requerido; era fácil que se fuera la
mano entre tanto jolgorio.
El público atrapa el retrato alternativo que circula
por el escenario al tiempo que ríe y participa del
pasatiempo. Contar con el favor de los espectadores
debería ser un mérito a tener en cuenta, y no
al revés, como parece en ocasiones.
Colón-vino
Alfonso Mendiguchía. LA GACETA
Salamanca.
16 de octubre de 2005. Teatro Liceo. Estreno en el marco
de
la Cumbre Iberoamericana.
Fidel no, pero Colón sí. Así son las
cosas. Será una cuestión de huevos, y
ahí, evidentemente, gana Colón, que para
algo tiene el más famoso. Da igual, la cosa es que
el Teatro Corsario nos descubre un Colón burlesco,
más cercano a la Colombina de la Comedia del Arte
que a lo que la historia nos ha vendido como colombino. Un
pelele con pantalones grotescos y máscara de
barracón que se presenta bajo la carpa de un circo
empeñado en desacralizar la historia y hurgar en
los intestinos del supuesto héroe. Con
guiños formales al Music-hall, a Meyerhold, Brecht,
o al absurdo de Beckett, los corsarios pergeñan su
plan para desvelar la gran mentira –otra
más– que el poder nos ha revelado. Lo hacen
con el tino y la ironía de las verdades enteras
dichas por un pabellón de seres marginales y
defectuosos. Los ripios rimados que parecen salidos del
ingenio de Gloria Fuertes van conduciendo el ritmo de un
montaje extremadamente cuidado tanto estética como
éticamente, convirtiéndose en una fiesta
escénica en
la que Urdiales propone un atrevido
paseo por las entrañas del antihéroe
humanizado.
Una
fiesta circense
Fernando
Herrero. EL NORTE DE CASTILLA
Fernando Urdiales, en un trabajo digno de
admiración, como autor y director evita la
hagiografía y elige una línea
estética de lo grotesco, del esperpento, del juego
meyerholdiano de la Feria. El texto, representación
dentro de la representación, va punteando los
diversos avatares del Almirante, sus conflictos con la
monarquía, con los marineros, con su propia
contrafigura (el éxito y el fracaso). Ripios,
paradas circenses, crucifixión... Vida y muerte de
Colón con alusiones a la actualidad, los emigrantes
americanos por ejemplo. Resulta ágil y variado y
nos hace ver algo del Colón externo aunque el
interno siga siendo un misterio.
Con un derroche de energía, los 14
componentes del Teatro Corsario -Quico, Javier, Ruth,
Jesús, Teresa, Rosa -. Son actores, músicos,
cantantes, bailarines. Una estética
voluntariosamente feísta, apropiada a la
opción elegida, acumula efectos, muñecos,
Humpty Dumpty, bolas del mundo, esqueleto del propio
Colón que se subasta al final al público,
patinetes, cochecitos.
No hay momento de descanso en la alternancia de
escenas íntimas y corales. Un esfuerzo digno del
mayor elogio y la sensación de un
espectáculo que funciona de forma inmediata. La
inspirada música de Juan Carlos Martín es
fundamental a estos efectos. Teatro Calderón
abarrotado y éxito total para los miembros de
Teatro Corsario y su director.
Barraca
festiva
Julia
Amezúa. ABC
Está a punto de acabar el que ha sido el gran
año de Miguel de Cervantes con una interminable
colección de homenajes. Pues bien, con el 2006 se
abre un nuevo aniversario, el del quinto centenario de
la muerte de Colón en Valladolid. En la
línea que sigue la política teatral de
nuestra comunidad, llega una nueva creación
escénica. Teatro Corsario ha montado, en una
estética feísta, una grotesca barraca de
feria integrada por artistas circenses: malabaristas,
domadores, magos, payasos, equilibristas, cantantes,
ventrílocuos, criaturas deformes, toda una
familia que va a contarnos su versión de la
historia de Colón.
No hay aquí paños calientes para el
descubridor; su ambición sin escrúpulos y
otras anécdotas de su vida personal quedan al
descubierto. Tampoco salen bien parados otros personajes
como Isabel la Católica que aparece haciendo
equilibrio en una gran bola y espoleando a Colón
para que le traiga más oro. Aun así, la
fuerza del navegante que consigue llevar a
término su proyecto ansiado y que se impone a los
obstáculos, nos sigue cautivando, mucho
más por el humor con que es tratado.
También nos conmueve su debilidad, encarnada por
Colón viejo, arruinado y enfermo, que protagoniza
algunas de las imágenes más poderosas y
plásticas del espectáculo. El humor y la
ironía envuelven la crítica a los
poderosos que manejan los hilos en la sombra para
lucrarse y que no acaban de resolver problemas como el
de los inmigrantes sin papeles que llaman hoy a nuestras
puertas.
El montaje funciona muy bien desde el principio,
con un ritmo dinámico que no decae en
ningún momento, marcado por sonoros ripios, por
la música que junto con las canciones juega un
papel primordial y por la entrega de los actores, que
responden con garra. Recuperando el espíritu de
la comedia dell’arte, en este espectáculo
los actores bailan y cantan, hacen el payaso, practican
números de magia, manipulan títeres, son
ventrílocuos y equilibristas. En definitiva,
despliegan un abanico de capacidades que junto a la
abundancia y colorido de los elementos de
utilería, hace brillar el espectáculo. El
público disfrutó y aplaudió
entusiasmado en varias ocasiones durante la
representación.
El
espíritu del Teatro Independiente
Carlos
Toquero. EL MUNDO
La escena clave, fundamental, de La barraca de
Colón es la de los sin papeles, pues en el
contexto actual, ningún evento, reunión,
conmemoración que haga referencia o celebre el
descubrimiento de América y de sus protagonistas,
puede eludir tan triste realidad. Ahora mismo hay en
Latinoamérica un fuerte movimiento que pretende
pedir a los países ricos, muchos de los cuales,
incluido el nuevo imperio Yanqui, fueron sus
conquistadores, la supresión de su gran deuda
debido a las riquezas arrancadas de sus tierras durante
siglos, al expolio.
Pero el gran acierto de Teatro Corsario ha sido recuperar
el espíritu inquieto y provocativo del Teatro
Independiente que, en los años setenta dieron
espectáculos, como Castañuela 70, que
hicieron muchas representaciones aquí y en los
lugares donde se encontraban nuestros emigrantes, porque
no hay que olvidar que ni en los peores momentos de
nuestra joven democracia consiguió superar la cifra
de parados a la altísima tasa de emigrantes que
provocó la dictadura franquista.
Ese espíritu, como el de Fernando Urdiales y el
equipo de Corsario, bebe de la fuente del cabaret
alemán de los años treinta, más
concretamente de Karl Valentín, admirado por
Bertolt Brecht. En ese espíritu, que supone una
potente inyección para el aburrido y adormilado
teatro español actual, se fusiona magistralmente lo
grotesco y la tragedia, además de huir del
conformismo, dando como resultado un magnífico
trabajo que hizo participar y entusiasmó como nunca
al público.
La barraca de Colón, de Fernando
Urdiales, quizá sea la mejor puesta en escena, la
más comprometida, hasta ahora, de Teatro Corsario
en toda su larga carrera. Entre los muchos logros
conseguidos en este trabajo coral, mencionaré uno
con un claro ejemplo. A Marlon Brando le bastaron unos
minutos para convertirse en el protagonista de Apocalypse
Now, poniendo de manifiesto, como hicieron los
actores y actrices de Teatro Corsario, que en el arte no
hay nada mínimo, pequeño, secundario, que
todo debe encararse como si fuera la tarea más
difícil y grandiosa del mundo.
|